mayo 27, 2006

El observador

La cosa era detenerse y observar tras el cristal el comienzo de la lluvia y esas finísimas goptas rodeando el aire, mezclándose con la ciudad, todos esos edificios y jardines y gentes corriendo a cubrirse como espantados por algo tan natural como el agua dejándose caer; sombrillas convertidas en paraguas y ¡gracias a Dios que no te dejé en casa!, los pájaros buscando refugio en las copas altas de los árboles y en ambos casos los pies bien garacias; los ojos buscando puertas o toldos para cubrirse distraídos cuando el horizonte está bien abierto ahora y yo deseando que espese más la lluvia, que entre gota y gota se haga menos el espacio para poder salir a dar una vuelta como volando a conocer de cerca la estatua aquella donde las palomas llegan a descansar los muslos, rodear haciendo muecas aquel edificio lleno de espejos y pasar frente a los toldos para burlarme de aquellas gentes cautivas y temblando como perros queriendo que pare la lluvia, pero no hay modo, siendo un pez como soy, me contento con estar tras la pecera observando, observando sin remedio...